Se llamaba Israel, y cuando lo conocí siempre tenía sueño.
Cada noche al acostarse daba comienzo su otra vida, la que nadie creería que fuera cierta.
De todas formas dudaba que yo le hubiese creído, ni el mismo daba crédito, de no vivirlo pensaría que la historia era producto de una enfebrecida noche de cocaína...
Israel, durante el día, era un hombre perdido en el anonimato de las oficinas, archivónomo de profesión, soñador por vocación, miembro de no sé que foros de internet mas por el vicio de matar la soledad que por real interés... no pasaba de los 40 años, de estatura regular y grueso de carnes, tenia los ojos mas infantiles que he visto en la vida, y el corazón mas propenso a sangrar que he conocido alguna vez. Como pude ver poco a poco, desde pequeño fue enseñado al auto rechazo, a conformarse con las migajas de cariño que se caían de otras mesas mas afortunadas. Solo sabia soñar, no entendía bien porque hasta que supe por casualidad lo que en verdad ocurría en su cerebro de archivónomo cada anochecer...
Como todo el mundo, enfermó de soledad, como todo el mundo también la curó con cuerpos y remedios caseros, televisión, libros, revistas, quehaceres, métodos, horarios, todo aquel ritmo de vida medicinal que le impedía pensar en su propia desgracia. Alguna vez tuvo una familia, tal vez la perdió antes de perderla, tal vez la perdió porque la dio por perdida, tal vez nunca fue suya, pero el caso, es que un día se vio solo, acostado en su cama, viendo al techo de paredes desnudas, a punto de dormir.
Fue cuando sucedió, primero fue el escalofrió, el hielo en las venas, la sensación de mecerse en el aire, luego, claramente, vividamente estaba ahí...
Por la mañana de ese domingo, había ido de visita a las ruinas de Teotihuacan, como solía salir de paseo cada vez que podía, no le gustaba salir mucho de casa, era un tipo mas del perfil hogareño, pero obedeciendo a un extraño impulso, salió y fue a la cita perversa que el destino nos tiene reservados a cada uno de nosotros.
No llego tarde ni temprano, solo llegó, a las doce de la noche, desnuda la soledad, junto a el también estaba lista para empezar el sueño....
Se miró envuelto con la claridad del día, envuelto en un taparrabos, percibió el sol, el cielo, el viento, demasiado real para ser un sueño, pensó, demasiado irreal para ser verdad, por dios, el taparrabos no es material de uso corriente en un archivónomo que se respete...pero lo cierto es que estaba de vuelta ahí, en las pirámides; no estaba solo, como antes, como en la mañana, pudo ver a una multitud que a diferencia de la indiferente multitud anterior, le miraba con atención y seguía sus pasos...de hecho no eran sus pasos, pues era conducido hacia arriba por un alto y moreno desconocido ¿Azteca? ¿Cómo llamarlo? ¿Guerrero? Pero una fría certeza le recorrió el espinazo: era su verdugo...
-¿Todavía no terminas? -Le despertó de sus pensamientos la voz femenina de Laura, y se dio cuenta que había estado mas de media hora rotulando expedientes de manera mecánica, de la forma semiconsciente que trabajan aquellos que conocen bien su oficio, desconectando cuantas neuronas no son necesarias en el proceso y limitándose a utilizarlas para respirar, y sobrevivir al tiempo que se trabaja...
-No he podido dormir bien- fue su escueta respuesta, y en un rápido estirón de brazos, estuvo listo para seguir...
De pronto, un relámpago atravesó su mente, esa música, ¿de donde venia la música? Se levanto para cerciorarse que no era un compacto nuevo de algún fanático del mexicanismo. Todos estaban en mejores asuntos, el estereo permanecía interpretando a Luis Miguel como toda la semana, desde su lugar Israel le lanzo una mirada despectiva a Luis Miguel y continuo. ¿Pero es que nadie escuchaba esa música? Comenzó a sospechar que se estaba volviendo loco.
Todo el día trajo esa melodía en la cabeza, lo acompañó en el comedor de la casa de su tía, y casi no tuvo animo para probar bocado, revolviendo con el tenedor el plato de vegetales, a modo de ensayo, pasó la hora de la comida pensativo, diriase que ausente.
-Ora si no te gustó la comida, mijo...
-Perdón... me duele el estomago. -y abandonó la mesa sin una sola palabra más.
La tarde transcurrió en un retumbar de percusiones y el grave lamento de los caracoles, era un sonido incierto, intangible, persistente. Notó que solo eras capaz de escucharlo cuando permanecía en silencio su interior, eso le acrecentó aun más la duda de estar perdiendo la cordura. Prefirió entonces tararear canciones, platicar con los compañeros, mirar por la ventana del autobús la calle pasar a gran velocidad a veces y a veces tan lentamente que el sueño se apoderaba de el, siempre un sueño sin imágenes, como un lento y pesado parpadear. Al llegar a su casa le pareció más solitario que de costumbre, mas que fría, le sintió desabitada, como si ni el mismo viviera en ella, como un habitante de la luna se sintiera mirando nuestro poblado planeta verde-azul mientras él esta ahí, en un árido desierto blanco y helado. Israel sintió envidia del alboroto familiar proveniente de otras casas, el, era tan pobre, que no tenia ni con quien pelear. Se despojó del disfraz citadino que todo se enfunda antes de mostrarse a otros, también se quitó la máscara incierta de su sonrisa –esa mueca que no acertaba a ser alegre y se quedaba a la mitad como una triste reminiscencia de mejores momentos – y se miró por dentro. Sintió que si tuviera lágrimas hubiera llorado pero ni siquiera le quedaba el consuelo de romper en llanto. Ahora la angustia rondaba y su sombra le soplaba con aliento de hielo... los tambores, los caracoles, el cansancio, todo le presagiaba el regreso de la pesadilla.
Y así fue, cubierto en sudor despertó como todos los días a las cuatro de la mañana, cansado y hambriento, ora con las plantas de los pies sucias, ora con las muñecas lastimadas, ora con arañazos de forcejeo, y todo lo que recordaba eran los dos o tres pasos que daba tras el sacerdote Azteca, la gente, el mareo, el desvanecimiento...
Quiso entonces poner fin a estos episodios consultando a un doctor del seguro que enseguida lo mandó a salud mental con una fuerte depresión diagnosticada y varias recetas después, cuando las pesadillas cesaron, lo dieron de alta no sin citarlo al seguimiento de la terapia. Cosa que cumplió religiosamente hasta que se dio cuenta de lo inútiles de sus esfuerzos, se quejó de no poder conciliar el sueño sin ayuda de las pastillas pero lo que en realidad le preocupaba era no poder dejar de soñar sin ellas. Decepcionado de no encontrar solución en ella, abandonó la terapia a los dos meses.
Para evitar dormir se valió de mil artilugios, el mas efectivo lo encontró en su propio dormitorio, como un vampiro se aferra a su presa, de igual manera se aferró a la computadora, succionando de ella un sustituto de compañía, y ese mundo de ficción era mucho mas irreal que su sueño Azteca, mucho mas satisfactorio, mucho mas engañoso e igualmente peligroso.
Encendió la computadora, con una obsesión dando vueltas en la cabeza: todo el día pensó en buscarse una compañera, entre los millones de seres perdidos como él, algún corazón solitario habría para el sin duda...
“Se solicita una dama, una mujer en toda la extensión de la palabra, preferentemente del estado de México, de las colonias..... prometo contestar todas las cartas que reciba, ser fiel y amarla mucho, enviar e-mail a......”
Debo confesar que así lo conocí, aunque de principio lo hice como estudio antropológico de la conducta en el cyber espacio, parte complementaria de mi tesis como psiquiatra (razón por la cual nunca nos citamos para vernos físicamente), pero su personalidad me atrapó en subsecuentes charlas y disertaciones, me interesó mucho porque era, la síntesis de todas las conductas erradas que en su conjunto, armonizaban en tal modo que incluso resultaban cautivadoras. Un hombre-niño dispuesto a dejarse a sí mismo de lado con tal de ser aceptado y apreciado. Un hombre solitario, un deprimido, un soñador, un adolescente enamorado de la vida, un viejo añorando lo que se fue, un futuro suicida. Un filósofo urbano dispuesto a resolver todas las vidas excepto la suya propia, la que consideraba ya irremediable. Su persona era una mezcla esperanzas y desolaciones, igual que su sonrisa triste, que nunca pude descifrar, tenía algo en su aspecto que al mismo tiempo era fascinante y repulsivo, como si de tan bueno resultara capaz de cualquier atrocidad, tan inofensivo, que resultara tremendamente peligroso. Su vida era solo el transcurrir del tiempo hacia el final de su existencia, una perpetua eutanasia, un lento morir. Un terminar de días inútiles y amargas alucinaciones nocturnas.
Tenía una capacidad ilimitada de escuchar y una enorme necesidad de hablar y comunicarse, hubiera dado su alma si con eso lograra ser comprendido, se hubiera sometido a cualquier vejación para ser recibido en casa al final del día por un par de caricias y una boca sonriente. Habría soportado cualquier peso sobre su conciencia y sobre sus hombros a cambio de acostarse cada noche con un cuerpo tibio que lo recibiera sin protestar... a falta de ese cuerpo, en ausencia de esos labios, desierto de caricias y voces en su derredor, en un desesperado intento por significar, entro en la vida de Marissa...
Fue la primera en contestar su indómita solicitud, sus escuetas líneas no representaron mucho,
En el foro de discusión, solo le comentó que tuviera cuidado con los peligros de enamorarse en la red, pero de forma privada, se puso en contacto con él mediante correos, y así comenzó Israel a aletear muy cerca de la telaraña...
De ella solo quise saber su nombre, su contacto lo evité a toda costa, aunque Israel hizo verdaderos esfuerzos porque la conociera, me rehusé a involucrarme mas de la cuenta so pretexto de perder mi objetividad. Le dije que quería verlo solamente como objeto de estudio, su humanidad me resultaba insoportable, la forma en que soslayaba sus necesidades afectivas al contacto de unas teclas de computador, por demás patética e inútil. Mas de una vez lo conminé a salir de su capullo, pero la seda en que Marissa lo envolvió acabó por atraparlo en una marisma de conflictos, pasión, odio, cariño, deseo. Israel se enamoró de la única manera en que sabía enamorarse: dando todo por perdido desde antes de empezar.
De modo que el amor paso rápidamente a convertirse en una compleja relación de dependencia, siempre queriendo escapar de Marissa, y siempre cayendo en sus hilos de seda, en sus pegajosas palabras, de donde pendía siempre de un hilo, así vivó meses, dependiendo de ella para subsistir, su soledad, antes soportable se convirtió en continua ansiedad, constante urgencia de algo que no podía tener, latir de mariposas en el estomago, palpitar de deseos y noches desoladas. No precisó mas del chat, ya no quería insomnios para no soñar que era sacrificado. De cualquier modo, ella le sacaba el corazón a fuerza de decepciones, lo sacrificaba en un altar peor, en una muerte más dolorosa y lenta, mas certera, mas vil.
***
El tam tam de los tambores precia llevar el ritmo de su pesado andar, pectorales de jade y oro brillaban al sol, la música sagrada, las suaves manos de la mujer de la túnica que lo despojaban de su tocado de plumas, la sumisión de sus ojos entregados al miedo y a la meditación, el sacerdote, el musculoso verdugo empuñando una daga de obsidiana. Ahí estaba ya, tendido sobre el altar de sacrificio, todo en derredor eran aromas de incienso y plumas de quetzal. Su corazón enloquecido de terror y cansancio tras subir la interminable pirámide, el sol en la cara, el vuelo de una ráfaga de pericos en nube verde que irrumpió la escena...
El despertar cansado, sofocado, sucio, asustado, confuso.
El mismo lo dedujo después del primer mes: sospechaba que todo lo que ella le había dicho eran mentiras elaboradas, mentiras de una inteligencia literaria, urdidas largamente con un propósito oscuro de seducción, pensó en un principio, pero su instinto sádico era mas patente luego de un par de meses, sus obsesiones, sus exigencias y crueldades se hicieron evidentes y descarnadas, lo alejó de toda amistad, lo confinó los domingos al mas absoluto aislamiento, al punto de que todo contacto humano se redujo solo a su voz en el celular..
Israel era un hombre de carne, Marissa demostró serlo también. La urgencia de conocerla y el deseo de poseer algo realmente suyo lo apuro a buscar una cita que ella acepto de buen grado.
Hicieron el amor en un hotel cualquiera, de paredes lisas y sabanas verdes como el jade de los pectorales aztecas.
Refugiado en sus brazos se olvidó de su primer impulso de salir huyendo, colmado su deseo, hundido en la voluptuosidad de sus besos, fue un verdadero títere en sus manos, a su vez ella satisfacía en él su delirante deseo de romper un corazón y volverlo a resarcir.
-Marissa, que me hiciste que no puedo dejar de pensar en ti en todo el día, dime que me hiciste, dime como dejo de pensarte, no puedo sacarte de mi cabeza, te lo juro, créeme, Marissa soy tuyo, todo tuyo...
- Ven... – estiro las manos hacia él y palpó su piel – ven, te necesito... - es todo lo que necesitaba para encenderse, se entrego totalmente, con vehemencia, con olvido de sí mismo y ella lo tomó todo, no le dejó nada, ni un gramo de sangre, ni un trozo de piel sin usurpar.
- Ven. - murmuraba. Y el mundo de Israel se reducía a un cuarto de hotel y al sexo húmedo de Marissa.
**
Dolorosas llagas cubría su camisa, débil y desangrado llegó a su trabajo casi arrastrándose. Mareado y sin aliento, se instaló en su escritorio, abrió nuestra sala de chat y me platicó los últimos sucesos: Marissa gustaba de terminar sus sesiones de sexo, alimentándose con una mezcla de sangre y piel. Quiso complacerla un par de veces, llevado por el morbo y la pasión, pero no pudo negarse a una tercera, una cuarta, y su salud empezó a decaer.
-Ya nadie habla conmigo, hasta me tienen miedo. Nada mas ella, ella y tu. tu me crees ¿Verdad? Dime que puedo hacer...
-Debí contestar. Pero no dije nada, me limité a aconsejar. –sigue tu terapia en el seguro –pero el y yo sabíamos perfectamente que no asistiría a tales terapias.
En la oficina se murmuraban cosas, se hablaba de enfermedades, de alcoholismo o drogas, Laura habló del grave daño que le hacia la falta de sueño, incluso pronunciaron por lo bajo el nombre prohibido, el nombre ficticio, lo único que sabían es que lo visitaba cada mes, y que después de verla, era una piltrafa humana.
–Será que tiene problemas con Marissa...
Solo yo con ojos de científica y amiga, conocía la verdad de ese amor que literalmente lo consumía...
-Ya casi no tengo la pesadilla del sacrificio, Marissa me ha ayudado..
Israel hizo una pausa y luego, pensó para sí... no no era ayuda, solo era pasar de una tortura a otra, como si su vida fuera una cúmulo de opciones todas y cada una peor que la anterior...
Pero esa noche volvió a soñar, ahora buscaba quedarse dormido, ahora prefería soñar, evitar hablarle por teléfono, evitar escuchar el timbre zumbante de su móvil, a ella, pidiéndole que le llame, pidiéndole mas y mas entregas de piel y sangre, de sexo y sudores, de amor y dolor...
Ahí, estaba ahí, frente a la pirámide, frente a su verdugo, y le gustó la sensación de que al fin todo terminara, respiraba aliviado, sin miedo, solo quería sentir por ultima vez la obsidiana hiriendo sus entrañas, ver con el ultimo impulso de su vida, el corazón latiente salir de su pecho, ese maldito corazón que nadie supo comprender, al fin en manos de otro ser humano, pero la certeza de que ahí también seria devorado, lo contuvo, y corrió con todas las fuerzas que sus pies le permitieron, tratando de salvar sus escuálidos huesos de tan comensal destino.
Despertó por la madrugada, estiró la mano para acercarse la cobija, pero en la selva no hay cobijas, estaba solo, antes de abrir los ojos sintió los gritos de la selva, sus murmullos, sus silencios, se asustó de encontrarse en ese lugar desconocido hasta que fue recobrando la memoria, recordó su escape, la piel de las muñecas aun lacerada por las cuerdas, el hambre lancetando su estomago, la fiebre mareándolo, el calor húmedo de la selva. Húmedo y tibio como el sexo de Marissa.
No supo cuanto tiempo permaneció ahí, alimentándose de pequeños frutos y raíces. Pero una tarde mientras descansaba el ruido de la selva no le alertó de unos pasos que se acercaban, cuando alzo la vista, cuatro hombres le rodeaban, levantaron sus lanzas mientras Israel cerraba los ojos, todavía alcanzó a escuchar el crujir de su esternón al romperse.
****
Ojalá hubiera sabido alguna vez cuanto lo buscaron sus compañeros de trabajo, su casa fue revuelta de arriba abajo, sin que nada se encontrara, ni un rastro de Marissa, ni de sus datos, solo las cartas, al rastrear el remitente resultó ser un terreno baldío, nada, nada en semanas, se habló entonces de secuestro, de ajuste de cuentas, conjeturas sobre un misterio.
-“A un año de desaparecido todavía no se tienen noticias del paradero de Israel Hernández, y la casa que habitó en la colonia Berriozabal.......”
El monologo de la televisión me despierta con una noticia que me recuerda que tengo hambre; mi flamante título de psiquiatra cuelga de la pared del consultorio. Camino despacio hasta el refrigerador y lo abro. Desde el fondo el congelador, una mirada perdida me saluda como cada mañana, extrayendo un paquete, devuelvo la mirada y sonrío:
- Buenos días, Israel....
Y la incierta mueca parece decirme:
- Buenos días, Marissa.
- Buenos días, Marissa.
Larisa, ¡¡¡órale que no te imaginaba escribiendo así Amiga mía!"!!!... ne he quedado con la boca abierta y una sensación agradable de sorpresa al leer tu relato.
ResponderEliminarPublícalo por favor en Publimentar. Tal vez sería bueno que lo hicieras por partes, para que la curiosidad atrapara a nuestros Amigos lectores.
¿Lo harás? ¡¡Dime que sí!! Estoy segurísima que será un éxito.
Te quiero mucho.
Elenita